Hay relatos que, a
primera vista, parecen tan sencillos, que al leerlos uno podría pensar que
cualquiera podría escribirlos. Pero esa aparente sencillez, tras una nueva
valoración, evidencia con frecuencia una intrincada estructura que mueve muchos
resortes de la memoria y de la vida. Se descubre entonces en lo narrado una
naturalidad que se nutre, sin tregua, de espontaneidad e inocencia, pero
también de argucia y picardía. Es el caso de Amigo imaginario, un relato transparente y vidrioso al mismo
tiempo, conmovedor a toda hora a lo largo de una trama empapada de la necedad
de un niño, como todos lo fuimos, cuando en la infancia inventábamos un camarada
inseparable, conversábamos, jugábamos, peleábamos o maldecíamos con él para
sentirnos menos solos y encontrar en ese otro
inexistente reflejos de reflejos de nuestro propio ser huidizo. Al final no
se sabe quién inventa a quien.
Amigo
imaginario es un relato salpicado de humor, de gracia recurrente y fina
ironía, de instantes que rayan en lo soez y en lo indecente pero que al mismo
tiempo chispean de encanto y simpatía, como cuando el niño narrador admira en
las paredes del consultorio del doctor Rudy unas copias de las pinturas Dormitorio en Arles y Campo de trigo con cuervos del
eternamente enigmático Vincent van Gogh. Amigo
imaginario es un relato logrado, sinuoso como la propia niñez, un cuento
para chicos y grandes, que cierra con un final casi inesperado, casi
sorpresivo, como lo quiere cierta cuentística provocadoramente tradicional. Ramón
Lara Gómez (Palenque, 1972) es ya un narrador consumado, autor de varios
volúmenes de cuentos y la novela La
puerta de enfrente y ahora de este inesperado y bien construido relato que
llega desde la infancia.
Jorge
Bustamante García
Morelia,
primavera de 2013