jueves, 12 de septiembre de 2013

Amigo imaginario




 


Hay relatos que, a primera vista, parecen tan sencillos, que al leerlos uno podría pensar que cualquiera podría escribirlos. Pero esa aparente sencillez, tras una nueva valoración, evidencia con frecuencia una intrincada estructura que mueve muchos resortes de la memoria y de la vida. Se descubre entonces en lo narrado una naturalidad que se nutre, sin tregua, de espontaneidad e inocencia, pero también de argucia y picardía. Es el caso de Amigo imaginario, un relato transparente y vidrioso al mismo tiempo, conmovedor a toda hora a lo largo de una trama empapada de la necedad de un niño, como todos lo fuimos, cuando en la infancia inventábamos un camarada inseparable, conversábamos, jugábamos, peleábamos o maldecíamos con él para sentirnos menos solos y encontrar en ese otro inexistente reflejos de reflejos de nuestro propio ser huidizo. Al final no se sabe quién inventa a quien.

 Amigo imaginario es un relato salpicado de humor, de gracia recurrente y fina ironía, de instantes que rayan en lo soez y en lo indecente pero que al mismo tiempo chispean de encanto y simpatía, como cuando el niño narrador admira en las paredes del consultorio del doctor Rudy unas copias de las pinturas Dormitorio en Arles y Campo de trigo con cuervos del eternamente enigmático Vincent van Gogh. Amigo imaginario es un relato logrado, sinuoso como la propia niñez, un cuento para chicos y grandes, que cierra con un final casi inesperado, casi sorpresivo, como lo quiere cierta cuentística provocadoramente tradicional. Ramón Lara Gómez (Palenque, 1972) es ya un narrador consumado, autor de varios volúmenes de cuentos y la novela La puerta de enfrente y ahora de este inesperado y bien construido relato que llega desde la infancia.

 
Jorge Bustamante García

Morelia, primavera de 2013