miércoles, 23 de noviembre de 2011

Lados B

RAMÒN LADO B

Ernesto Hernández Doblas


I

Todo escritor es un solitario y su escritura es una forma de guardar silencio. Allá en las regiones de su soledad dialoga con fantasmas y sombras, ajeno en tales momentos al momento del mundo. Una sutil misantropía guía su quehacer; no es con exactitud un odio al ser humano pero se le parece, porque para decir verdad con su verdad tiene que ser un lúcido detective de la mentira en la que suele complacerse el común de sus hermanos. Es un actor el escritor, un personaje que finge relacionarse con los demás, que finge saludarlos cuando los saluda, que finge vivir en los carnavales de lo social. En realidad todo lo observa con ojos de palabra. Va entre los seres y las cosas como quien se goza haciendo el inventario de una fábrica de imágenes. Como quien va recordando sueños de otro tiempo en el que el tiempo no era sino testigo invisible del abismo. Todo escritor es un solitario y su escritura es una forma de guardar silencio. Guardarse en el silencio. Las palabras del que escribe no son de las que intentan reducir el mundo a palabra sino al contrario, es decir, su meta última es abrir la dura cáscara del mundo y hacerla estallar en juegos de sentidos/imágenes y ritmos de tal manera que al final del trayecto, si éste fue enmarcado en la verdad literaria y en la del Hombre, entonces  el escritor y quien lo lee ven el rostro de un silencio que los bendice y los reconcilia con la vida y con la muerte.





II

Desde siempre, bajo el castillo donde habitan los que de la literatura hacen un juego de poder, respiran y trabajan con paciencia los demás, los otros, los que no quieren ese poder que tanto brillo tiene ante los ojos de los que tienen alma de súbditos, con la esperanza de algún día ocupar el trono codiciado o por lo menos de lustrarlo con sus lenguas prontas y prestas. Desde siempre, fuera del lugar donde los reflectores estrellan su artificial luz sobre las cosas, un lado subterráneo de la vida se hace su espacio propio, da a luz astros desconocidos y extraños pero infinitamente más profundos que los que sobre la superficie gozan su liviandad. Lados B, es una muestra de parte de la narrativa que se hace en nuestro país con el espíritu bien puesto en las zonas del riesgo. Escritores y sus textos conjuntados por Mauricio Bares, uno de esos prófugos de las cárceles de oro donde la literatura suele ser fingimiento y lujo sin lujo. Perteneciente a una generación o por lo menos a un grupo de piratas de la palabra que hace algunos años tomaron por asalto las mortecinas burocracias de un medio literario que más de una vez puso el grito el cielo y con el Jesús en la boca expulsó del paraíso a los rijosos. Sin embargo, más allá de lamentaciones o nihilismos chic, ellos se dieron a la tarea de construirse una isla a la medida de sus anarquías. En el caso de Bares, ahora nos presenta un nuevo producto de sus irredentos entusiasmos. Nuevo producto muestra de que la nobleza y la guerrilla si suelen llevarse bien. Lados B es un recorrido breve pero sustancioso por la república de las letras, pero no de aquellas que se acomodan a los usos y costumbres sino las que ante todo tienen como premisa el riesgo. Riesgo que en todo caso es característica esencial de lo que hace que la palabra escrita sea movimiento y revolución. Evolución. Ciclo renovado. Los escritores que aquí podemos leer no se andan por las ramas en cuanto a la claridad de sus apuestas. Ya sea en cuanto a los temas o en cuanto a las formas, van y toman lo que es suyo: la imaginación y la palabra no domesticadas. Podrán parecernos los resultados mejores unos que otros, pero el esfuerzo por darnos a conocer parte de ese Lado B de la literatura es digno de agradecerse en un país que tiende a la uniformidad del gusto y al elogio de las vacas que pastan en su sagrada paz.









III

Ramón Lara Gómez nació en Chiapas hace 39 años. En Palenque, para ser más específicos. Pero vientos del destino lo trajeron hasta este Michoacán. A Morelia, para ser más específicos. Con el veneno de inquietudes literarias ingresó al taller de La Cúpula, coordinado en ese tiempo por el maestro Javier Larios quien le dio las primeras herramientas y estímulos para que anduviera los caminos de la palabra. Desde entonces, ha publicado en algunas páginas de suplementos y revistas, así como algunos libros de narrativa. Desde que tuve la oportunidad de leerlo vi algunas de las características de su estilo y su poética. Dos de las cuales me han llamado desde siempre la atención. La primera de ellas, que he tenido oportunidad de confesarle más de una vez es el matiz poético de su decir. Más allá de algunas imágenes o metáforas con las que los narradores suelen embellecer y abrir las posibilidades de interpretación de su vocación de contar, en el caso de Ramón, me ha parecido desde siempre que un verdadero aliento poético se abre paso en sus narraciones, algunas de las cuales son poemas con todo derecho, tanto por su brevedad como por ser en sí, una imagen del mundo más que un relato del mismo. Este aspecto de su producción literaria me ha sido claro desde Palenque, la punta del campo, su primer libro publicado, en donde la nostalgia recorre las islas de este campo de palabras que es mar de silencios meditados por el autor. Su segundo libro lleva por título El mono ermitaño, una novela de breves capítulos que confirma que Ramón habla en serio cuando habla de tomar a la literatura como musa y demonio, como forma de diálogo y silencio. Desde entonces hasta la fecha ha participado en algunos concursos literarios y ha sido incluido en libros colectivos del cual esta es una de las más recientes muestras. En Lados B, se incluyen 14 narraciones breves que son 14 relámpagos que por aquí y por allá caen sobre los ojos del lector, que podrá acercarse a este universo literario y darse cuenta de su valor. 14 narraciones breves que desde mi punto de vista tienen 2 principales hilos conductores. Aunque sus historias parecen distintas, en el fondo van unidas por un tema que las recorre: el escritor y su circunstancia. Ya lo dijo alguna vez Octavio Paz, al quedar huérfano de mecenas y de un lugar digno en la sociedad, el escritor habla de la escritura en sus escritos, además de que la modernidad ha engendrado un estilo crítico y auto-crítico para los que hacen uso de las palabras. Así entonces, al igual que en alguno de los cuentos de Salvador Elizondo, el escritor escribe sobre un escritor que escribe la historia de un escritor. Juego de espejos. Multiplicación de los reflejos sobre el agua transparente de la página. Así, Ramón Lara nos dice por ejemplo en Recomendaciones “tampoco he escrito  el poema número 20, porque las musas no me tienen dado de alta en su diccionario de escritores”. El segundo tema de estas minificciones es la muerte, uno de los que abarca toda la historia de la literatura. La muerte, invitada de honor para quien ha sabido morir de vida. De manera indirecta o directa Ramón apunta sus flechas literarias a esa dama dark y da en el blanco y en el negro. Muerte que es melancolía o melancolías con sabor a muerte. Tarjetas postales de un presente que de tan oscuro parece un futuro probable, escrito por algún escritor loco y borracho, por un profeta sumido en la tristeza. Muerte que de pronto salta a la vista de un niño que ama de su abuelo ese archivo vivo que repasa la historia del mundo desde el primer día del bing-bang hasta el último silencio de unos ojos que ya no tienen nada que decir. Mancha en la pared que es en realidad el reflejo de lo que somos. Muerte de ese tranvía llamado deseo e ilusión, en las piernas podridas de Bertha que ve desmoronarse el castillo en el aire donde jamás habitará. Muerte que observa y es observada. Estos textos hablan de muerte y sin embargo son la gota que derrama el vaso de la vida, de lo vital, de lo que desde la mirada del escritor tiene derecho a ser nombrado. Ramón va deletreando cada historia, cada imagen en donde vemos el mundo o por lo menos una parte del mundo, esa parte donde la tristeza se hermana con un vaso de alcohol y un poema de ceniza. Podemos decir que un proceso de madurez sin vuelta de hoja habla a través de estas historias. Una escritura pausada, una construcción sin aspavientos. Vuelvo entonces a decir que Ramón tiene alma de poeta y en el aire compone cada una de estas historias ágiles y profundas a la vez. Alma de poeta que se ve reflejada en esa síntesis, en esa capacidad de crear imágenes y ritmos. Brevedades. El escritor de relatos cortos no puede sino ser contundente. Tejer bien cada hebra de su texto para que no nazcan hoyos negros por donde la atención del lector escape o donde la intrascendencia pase lista de presente. Tiene sus complejidades la brevedad. Complejidades que Ramón resuelve bien, que bien acomoda en cada historia, que hace, como en todo buen relato breve, que la mente del lector sea el escenario donde éste se sigue escribiendo, donde los paisajes, los diálogos y los fantasmas, resuenen en la caja de sorpresas de la siempre sorprendente imaginación humana.