lunes, 30 de mayo de 2011

El Paraíso Perdido

El paraíso perdido

Una vez fuimos a la parte del Cerro de la Cantera a buscar hongos, íbamos mi hermana, mis primas y yo, andábamos perdidos pero pasamos por un bosque que hay allá y nos cansamos y vimos como una casita pequeña y nos metimos a descansar, pero nos habíamos equivocado, porque ahí había duendes que mataban, entonces los vio mi prima, nos lo enseñó. Cuando nos levantamos porque estábamos sentados y les dije corran, entonces corrían, pero mi prima casi se cayó en el pozo grandote y yo la alcancé a agarrar pero yo sentía miedo. Les dije que no tuvieran miedo que siguiéramos corriendo pero cuando nos apareció un señor ahorcado y empezamos a llorar bien mucho y corríamos más, mi prima encontró el camino y seguimos corriendo a casa, llegamos pero llorando.

María Trinidad Manzo Diego, 12 años
Santiago Tangamangapio

Cada cierto tiempo, para no llenarme de apuntes y abortos de poemas, cuentos y novelas que no tuvieron buen destino en este mundo, y que pueden ser usados en mi contra por horrendos, si algún día mi familia los publicara (aunque hay escritores que en vida comenten esas atrocidades, contra ellos mismos, deslumbrados por la fama efímera, las publicaciones y los premios), acostumbro hacer una limpia a los documentos de mi computadora. Me estaba portando feroz contra mí (con los demás no tengo el corazón, aunque seguido también hago limpia de mi librero, porque hasta los malos libros, como la mala hierba, contaminan, y ahogan a los buenos libros), en esas estaba, revisando archivos y eliminándolos, cuando me encontré con un documento de breves relatos de los niños y las niñas P'urhepecha de la región Meseta y Cañada. Leyendas, fábulas, historias familiares nos contaron los niños de los Albergues Escolares Indígenas de Santiago Tangamangapio; J. Jesús Díaz Tziriro de Pamatácuaro y San Isidro, Mpio., Los Reyes; también anduvimos por Patamban, Mpio., Tangancícuaro y Santo Tomás, Mpio., Chilchota, Michoacán. En esos albergues, l@s niñ@s, de lunes a viernes, se hospedan, alimentan, estudian, asean, realizan algunas actividades extraescolares  y conviven como hermanos durante el ciclo escolar de educación primaria. Los sábados y domingos regresan a sus hogares en diversas localidades circunvecinas a los Albergues, para ayudar a sus padres. Exactamente no recuerdo cuando fuimos, pero sé que fue hace mucho tiempo, apoyados por Álas y Raíces a los Niños e invitados por el CDI de Michoacán y coordinado por Argimiro Cortés Esteban. Con alegría nos recibían a mí y a Juan Guerrero en sus escuelas, en los albergues escolares indígenas y donde se pudiera trabajar con ellos. En las sesiones de pintura, animados por Juanito, dibujaban el paisaje del lugar que habitan: sus cerros llenos de árboles, ríos de aguas azules, transparentes, y los animalitos de la zona y de las granjas. Sus dibujos desbordaban de color y alegría. Otros niños pintaban al mar aunque no lo conocieran, pero sus sueños y la imaginación los transportaban a lugares desconocidos y que al inventarlos a través de los dibujos y de sus cuentos ya eran suyos y habitables. En estos días a través de sus palabras, que respetamos con puntos y comas, en sus formas de expresión de cada niño, he viajado de nuevo a sus pueblos, he viajado en el tiempo, al pasado, cuando en esa zona se respiraba la paz en Michoacán. Cuando sus caritas eran felices. A esos niños, ahora adolescentes, hay que regresarles el paraíso perdido.