lunes, 4 de abril de 2011

Céfero

Qué orilla a un escritor a renunciar a escribir. Qué lo obliga a decir “no”. El asunto es muy complejo, a Juan Rulfo, después de que publicó Pedro Páramo y El Llano en llamas, los periodistas, entrevistadores y cientos de curiosos, a la primera oportunidad, le preguntaban por qué había dejado de escribir… y él sabiamente les contestaba: Yo no he dejado de escribir, he dejado de publicar. Y Juan Rulfo jamás dejó de escribir, sólo que todo lo que salía de su pluma era un reciclaje de Pedro Paramo, y siendo así, lo escrito no valía la pena. En Michoacán tenemos a nuestro propio Rulfo en el escritor de Tingüindín Xavier Vargas Pardo. Quién publicó Céfero en mayo de 1961 en la colección de Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica. A un buen y excelente escritor como Vargas Pardo esto le hubiera bastado para ser catapultado a la fama y al prestigio con este único libro de cuentos. Para el escritor que publicaba en esta colección en los años 50 y 60 significaba grandes tiradas, difusión mundial, recibía la atención de la crítica y las traducciones a varios idiomas (el Llano en llamas se tradujo a 24 idiomas poco después de su publicación). Con Vargas Pardo no ocurrió así. Entonces qué pasó con él. Es un misterio. Sobre su vida no hay escrito nada, en internet sólo circula una reseña de su obra comparada con la de José Rubén Romero. En voz de Arturo Molina me enteré que después de publicar Céfero, Xavier Vargas Pardo no volvió al Fondo de Cultura Económica ni por el cheque de sus derechos de autor. Y que lo único que hizo después fue pintar y exponer y vender sus cuadros en New York. Y une entiende eso, porque si uno le entrega el cuerpo y el alma a la literatura se muere de hambre. Después de su muerte ocurrida en Guadalajara, México, en 1985, su familia, a diferencia de otros escritores michoacanos que los promueven, a través de fundaciones y asociaciones fantasma, hasta el hartazgo, con homenajes cada 15 días, y sacándole lustre a una obra que nació envejecida desde el momento de su escritura, no ha hecho nada por gestionar homenajes y publicaciones merecidas para Vargas Pardo. Los lectores nos hemos quedado con las ganas de leer algo así como: Los cuadernos de Vargas Pardo o Pardo y Rulfo o de perdida sacar un batazo como: Cartas a mi Mujer, para que nosotros nos deleitáramos cuando menos con relatos frágiles e intimistas en caso de que existieran. Porque en sus cuentos, Vargas Pardo es muy duro. Su personaje Céfero, es el narrador protagonista de todos los cuentos. Es un campesino que utiliza un lenguaje regionalista, calculador, grosero y picante. Pero qué escritor no es regionalista: todos los escritores del mundo somos regionalistas por que hablamos de nuestras regiones (Joyce y su Dublín). Céfero lo mismo se pasea viviendo sus aventuras en el campo y en los pueblos grandes, desempeñando variados oficios para sobrevivir. Los relatos de Céfero están llenos de una agilidad y una violencia pasmosa, y perdón por lo que voy a decir, pero creo que esto no le quitará el sueño a nadie, están llenos de una violencia, ironía y frialdad a lo Rulfo. Con esto no quiero decir que Vargas Pardo copiara vilmente al escritor de Sayula, con esto quiero decir que Vargas Pardo, al igual que otros escritores contemporáneos a Rulfo se vieron influenciados por él. “Dios mediante”, último cuento de Céfero, tiene similitudes con “Díles que no me maten” y “La Cuesta de las Comadres”, de Rulfo. Aquí cabe señalar que no es malo tener influencias, sino tener malas influencias. Quizás he aquí el asunto de que la obra de Vargas Pardo después de su publicación no haya generado críticas favorables ni desfavorables en tierra de indios. En la contraportada de la segunda edición de Céfero se lee que Juan Rulfo dijo sobre Vargas Pardo: Este se las sabe de todas todas… ¿Sería elogio o ironía?
Cansado de la ceguera y el canibalismo, por no decir estupidez, de los funcionarios, que caen seguido por el Departamento de Literatura de la Secum, iniciando el 2008 estuve a punto de renunciar, pero una llamada me hizo frenar mi renuncia. Del otro lado de la línea estaba el poeta Marco Antonio Regalado dándome la noticia de que él sería el nuevo Jefe del Departamento de Literatura y quería platicar conmigo. El siguiente sábado, en mi casa, toda la tarde estuvimos proyectando qué era lo más viable para darle respiración artificial a este departamento agonizante. Acordamos pa’ pronto invitar a todos los poetas y narradores a participar en la antología Olvidados y Excéntricos y crear los Premios Michoacán de Literatura, y conjuntarlos con el Rubén Romero, el de Humor Negro y los de Ópera Prima, durante toda la tarde ideamos revivir el premio de poesía, y otros más, y ponerles nombre… cuando llegamos al de cuento, corrí a mi librero, saqué el libro de Céfero y le comenté bauticémoslo: Premio de Cuento Xavier Vargas Pardo, este escritor es buenísimo. Y así quedó y también los otros, como el Carlos Eduardo Turón y el María Zambrano. (Espero ganarme uno de estos cuando me jubile, para entonces, creo, el premio rondará por los 100 mil dólares suficientes para mis gastos médicos y unos buenos funerales).
 El 30 de mayo del 2011, uno de los libros por los cuales deben estar orgullosos los michoacanos, Céfero, cumple 50 años de haber sido publicado, y el libro sigue como el primer día, joven, fresco, con una prosa brillante que apura su lectura a latigazos. Este libro maravilloso se puede resumir en esta sentencia lanzada por uno de mis personajes de mi novela La puerta de enfrente, Manzi Gregory, cuando observa un cuadro de Van Gogh, “Para el arte no existe el tiempo”.  A mí cuando me preguntan por qué no publico dos veces al año, les contesto: Prefiero no hacerlo…       

viernes, 1 de abril de 2011

El despojo soy yo

Uno no elige sus influencias. Cada vez que el escritor imita un estilo que no le pertenece muere un poco, se debilita. Finalmente el estilo se va formando a través de los ejercicios personales, el sufrimiento propio o los descubrimientos que se hacen a lo largo de la vida. El propósito de este libro fue reunir a través de una selección a un conjunto de escritores que hubieran sido contaminados por el virus de Charles Bukowski: no que se apropiaran de su estilo o escribieran de nuevo los relatos que el viejo ya había escrito con sabia perversidad, sino que compartieran en algo sus obsesiones o su mirada cínica. “Me oculté en los bares porque no quise ocultarme en las fabricas”, escribió Bukowski para quien no existían razones para amar la vida si uno se encuentra sometido al tormento de trabajar ocho horas diarias: un cínico que no se consideraba parte de ninguna patria , ni tampoco de vanguardias literarias o de religiones salvadoras. Siempre a contracorriente de ortodoxias, cosmovisiones, idealismos o hermandades utópicas, la obra de Bukowski corroe la moral que intenta limitar el espíritu lúdico que los hombres necesitan para encarar la angustia cotidiana. Un hedonismo de moribundos recorre los relatos que se presentan en este libro: humor de quienes se asumen condenados a muerte, pero que desean también que la escritura sea parte de su propia vida. Ya Schlegel había descrito las pautas de una arte romántico afirmando que si el artista no crea obras capaces de poseer la personalidad de un amante mas habría valido que no se escribieran nunca. Los escritores reunidos en este libro son distintos entre sí en cuanto cada uno apuesta por un estilo personal, una manera de relatar que si bien está inspirada en Bukowski busca su propio camino o, si se quiere, su propia orfandad. A fin de cuentas uno busca la compañía de sus escritores preferidos para no sentirse tan solo en esta subasta de mercado en que se ha convertido la literatura contemporánea: y, por supuesto, ninguna compañía más incorrecta o dañina que la de Charles Bukowski.
Guillermo Fadanelli